EL DIVORCIO Y EL NIÑO 09-10/2018

Aunque casi nadie inicia un matrimonio pensando en la posibilidad de un divorcio, hay situaciones donde se descubre que la mejor solución a ciertos problemas es la separación.

 

Pero el divorcio fue aceptado muy difícilmente en nuestra sociedad, donde la norma era permanecer hasta el fin de los días con la persona que se inició un matrimonio. Esta situación previa hizo que el divorcio naciera en un mundo lleno de estigmas y miedos, haciendo que en los contextos donde se hablara de divorcio o se supiera de alguien en ese proceso, se considerara algo sumamente catastrófico, aumentando el dolor precisamente por esas valoraciones culturales.

 

El niño no está exento de esos estigmas. Si bien es cierto que el divorcio tiene algunos dolores inherentes que involucran a los hijos, es la manera en que se le comunica lo que puede aumentar el dolor y la confusión del niño innecesariamente.

 

A veces, los adultos que crecieron pensando en el divorcio como una fatalidad, saben de un niño en esa situación y no pueden evitar miradas compasivas y hasta palabras que provocan que el niño valore su situación más complicada de lo que en realidad es.

 

Obviamente no hay una medida exacta que diga cuánto es lo normal a sufrir en un divorcio o cuánto no, cada situación tiene sus propios dolores. Pero, para hacer menos difícil hablar de este tema, hay que tener claro que en estos tiempos hay una condición necesaria en los matrimonios sanos y esta es el estar unidos en libertad, por propia voluntad y deseo, es un compromiso donde la voluntad y la libertad son imprescindibles. Por lo tanto, si alguno de sus miembros pierde toda voluntad de permanecer o decide que lo mejor es disolver el vínculo, es motivo suficiente y hay derecho legal para que pueda disolverse la relación.

 

La posibilidad de que alguno o ambos decidan un divorcio es permanente y parte esencial del amor de pareja, pues convierte el hecho de que aquella persona, en uso de su libertad decida pasar un día más en dicha relación, sea un regalo mutuo, de tiempo y de vida. En este sentido, la permanencia en pareja es un compromiso que se renueva minuto a minuto, pero también existe la libertad para decidir no renovarlo. Esta condición es la que obliga al buen trato, al ser y dejar ser, al compartir y construir lo que más interese y satisfaga a ambos, a construir un nosotros donde yo cuento y tú cuentas.

 

Hay distintas razones por las cuales una pareja decide su disolución: la incompatibilidad de caracteres, de proyectos y anhelos, de los tiempos en que madura cada uno, la incompatibilidad al asumir las responsabilidades de un proyecto (como pueden ser los hijos), la imposibilidad de repartirse responsabilidades de manera equilibrada, o el simple hecho de que ya “no se sientan” deseos de ser compañero de aquella persona, ya no hablemos del maltrato o adicciones, suelen ser los motivos más comunes de separación.

 

Entonces, “separarse” no es algo impensable y no hay quien esté exento de esa posibilidad. Por lo tanto, no es inusual y no significa que cuando unos padres se separan, ese hijo este atravesando un “peor momento” que cuando la pareja estaba unida. Debemos tener cuidado de no encimar nuestros propios sentimientos hacia el divorcio en el sentir del niño. Y siempre recordar que la pareja puede separarse, pero la relación entre padres e hijos no tiene porqué modificar su fuerza y, en el caso de los niños, no reduce la importancia de ambos padres en su vida.

 

Es muy probable que el niño requiera acompañamiento, un adulto que, sin hacer más difíciles las cosas, tenga atención y brinde confianza que le permitan al niño hablar o expresar su sentir hacia esa situación cuando lo desee: si hay temores, si hay angustias, qué le duele y que no. Cada niño puede experimentar cosas muy distintas a las que imaginamos, por eso y en principio le sirve más nuestra atención y acompañamiento que nuestras interpretaciones.

 

Si tu deseas o debes acompañar y apoyar a un niño que atraviesa el proceso de separación de sus padres, puedes comenzar sólo con tu presencia, con una atención normal y tiempo de convivencia, pero sobre todo brindándole confianza y permitiendo con tu prudencia y tranquilidad que pueda expresar lo que decida expresarte.

Psic. Adriana Morfín.

 

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