Quizá has tenido la oportunidad de escuchar que alguna persona, a pesar de sufrir en su relación de pareja, por alguna razón desconocida no puede terminarla, quizá tu mismo estás en esa situación.
Existen muchos motivos por los cuales esto sucede, pero el más común es que la pareja que elegimos esté muy relacionada con lo que nosotros pensamos, creemos y sentimos a cerca de nosotros mismos y con los compromisos conscientes e inconscientes que hemos hecho sobre nuestra propia vida. Lo que creemos merecer o lo que nos hayamos comprometido a merecer, lo expresamos en lo que elegimos y a los que elegimos.
Vamos a poner un ejemplo: imagina a una persona que inconscientemente está a favor del maltrato, o que lo ha vivido de tantas maneras y desde tanto tiempo que ni siquiera lo percibe como maltrato. Esta persona puede ver las primeras señales de violencia en una relación sin considerarlas amenaza y ni siquiera algo importante. Deja seguir la relación y le puede causar suficiente dolor, pero nada de eso resulta, interiormente, suficiente motivo para terminarla, porque en ese interior el maltrato hacia su persona es algo permitido.
Por eso, cuando una persona mejora su relación consigo misma, cuando se va conociendo y entendiendo lo que ocurre en su interior, considerando los aspectos más positivos, pero también aquellos más problemáticos u oscuros, cuando es consciente de ellos y restablece los compromisos de buen trato y de amor propio, es impresionante el poder ver como las relaciones a su rededor van mejorando y haciéndose más plenas y satisfactorias.
Lograrlo no es algo sencillo, porque no es común que se nos enseñe a ser conscientes de la manera en que nos vemos o lo que sentimos hacia nosotros mismos. Pero no es difícil adivinar, porque es muy común que la manera en que fuimos tratados por las personas más importantes al inicio de nuestra vida, sea la manera en que nos tratamos interiormente.
No somos tabla rasa sobre la que los demás escriben la manera en que debemos tratarnos y nosotros solamente lo seguimos sin que tengamos ninguna intervención. Nuestros ojos, nuestras motivaciones intervienen en nuestra experiencia al relacionarnos con los demás. Por ello, aunque la fuerza de las primeras experiencias pueda ser muy grande, la fuerza de nuestro ser, de nuestro pensamiento y voluntad para cambiar esas experiencias, para poner nuevas reglas y formas al tratarnos, sobre todo reglas más respetuosas y amorosas puede ser mucho más fuerte. El apoyo de un terapeuta puede facilitar estos cambios.
La manera digna en que nos tratamos puede avisarnos y alertarnos de los maltratos afuera. Y este es sólo un ejemplo y una de las maneras en que las relaciones que establecemos con otros semejan o proyectan las maneras en que nos relacionamos con nosotros mismos.
Psic. Adriana Morfín.
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