HISTORIAS DE PAZ EN TIEMPOS VIOLENTOS

Esta sección tiene la intención de recoger esas historias de paz, donde las personas tejen con dificultad movimientos pequeños o grandes que salvan de la violencia, sea en los espacios individuales, terapéuticos, vecinales, empresariales, u otros, recordando que la violencia no sólo es verbal, física, económica, ni de un sujeto A, a un sujeto B, sino que implica estructuras de violencia de las que somos parte. A veces parece una lucha de David contra Goliat, pero es probable que ya la estamos dando. El principal propósito es dar luz a esos eventos, ser conscientes de la fuerza de pacificación que hay en nuestra sociedad, mirar dónde está la esperanza, con un poco más de ambición: un esfuerzo por articular procesos de paz.

 

 

Si usted quiere colaborar a esta sección contándonos alguna historia donde usted haya superado alguna situación de violencia o colaborado para reducirla, puede contactarse con nosotros, incluso puede hacerlo de manera anónima. En este primer episodio, el autor da un marco de referencia sobre la violencia desde el cual podemos ir pintando nuestras HISTORIAS DE PAZ.

 

¿Por qué me tomo tiempo para hablar de esto en una revista de psicología?

Porque como país tenemos un problema serio, y los profesionales y científicos no estamos exentos de esa realidad ni su responsabilidad. Todos los días hay alguien desaparecido, encontramos los restos de otra persona, los niños no pueden salir a la calle, y las jóvenes que están llevando la batalla por calles donde puedan transitar sin peligro, igual deben recluirse, por miedo a ser levantadas, sea para tráfico de blancas, órganos u otra cosa igual de terrible.

 

Hay muchas trincheras desde las cuales trabajar, y desde las que ya algunos trabajan, hay muchos hilos por donde iniciar procesos de paz, pero si no conocemos de cara qué es este animal que hemos dejado crecer, nos es más difícil identificar cuán organizados y unidos debemos estar, arriba, abajo, donde estemos, es posible que pensar en el asunto nos deje más claro nuestro papel.

 

Una empresa con compromiso social, por ejemplo, no es sólo la que hace caridad en un orfanato, aunque ayuda bastante. Es también una que intenta conocer el contexto y se articula al menos para no empeorar las circunstancias de su entorno. Esto para decir que todos jugamos en mayor o menor medida un papel en el problema y en la solución.

 

 

Episodio 1. Geografía social y dinámica de la violencia: empezar desde abajo.

A veces uno puede decir: “yo vine de abajo” porque mi padre me dio un pequeño capital con el que inicié una empresa “con mi propio esfuerzo”; porque tengo una plaza de gobierno que alguien me ayudó a conseguir, pero “yo hice mi esfuerzo” en hacer un largo trámite y ahora “hago realmente el trabajo”; o porque mis padres me dieron una educación que he aprovechado y puesto “mi esfuerzo para convertir en un trabajo digno”; o porque mis padres se esforzaron en darme una educación pública con la que he “salido adelante”.

 

Creo que es el concepto que muchos tenemos de “empezar de abajo”, que, con cierto esfuerzo, a veces muy duro, uno logra ser una persona honrada y trabajadora que aporta a la sociedad, lo que tiene mucho mérito y más en estos tiempos. Pero si vamos a la periferia de las ciudades, o a pueblos rurales donde no hay ni escuelas, vemos que la gente empieza de “más abajo”, donde migrar, por ejemplo, suele ser la “oportunidad”. Y ahí no hemos terminado.

 

Si seguimos mirando, no tan lejos, a una avenida donde un niño de cinco años hace malabares para conseguir dos pesos, si echamos un ojo a las colonias donde el único chance de comer es vender cristal, donde hay niños y adolescentes creciendo en calles llenas de violencia, donde el robo es “salir adelante”, que crecen en familias que los insultan, golpean, violentan o venden sexualmente, o mínimamente ignoran y dejan a la educación de la calle, que no logran crecer íntegramente cuando ya reciben un mundo de problemáticas, tantas que “sobrevivir es mucha ambición”. Y si buscamos culpables de estas condiciones, resulta que los mismos padres que los trajeron al mundo (los primeros responsabilizados), a veces están perdidos en alguna adicción y crecieron de la misma manera.

 

Creo que ahora estamos todavía más abajo, donde las oportunidades llueven menos, y ni siquiera “se empieza de ceros”, sino menos ceros, donde se sortean infinidad de obstáculos desde la infancia y la vulnerabilidad, donde la sangre y arrebatar o ser desposeídos es la norma. A veces, ante estas realidades, algunos dicen “es cuestión que le echen ganas”. Como si las ganas fueran suficientes para salir de un contexto que desde niño te formó como objeto en manos de algo, te inundó en un mundo hostil y te enseñó en carne propia sus reglas, y que prácticamente te inmoviliza. Salir es casi imposible.

 

¿Dije salir? ¿A dónde? Es fácil también, creer que, porque abajo suenan los golpes, arriba no ocurren. Pero sí se dan, sólo que no se ven a simple vista. Para empezar, esos “de abajo” no crearon ese abajo. Ese abajo se forma principalmente por las condiciones y reglas sociales que todos aceptamos.

 

Yéndonos por un hilo de esta gran madeja, imagínese usted un empresario que paga $6000 pesos al mes a un trabajador que, con suerte, deja ocho horas de trabajo, más dos a cuatro de transporte diario. Esto es, $200 pesos al día para una familia de mínimo cuatro personas, por lo que debe pagar alimentos, servicios médicos, vestido, renta, transporte, útiles escolares. SI quieren comer, forzosamente debe salir otro miembro de la familia a trabajar, así que padre y madre terminan trabajando (si el hombre con permiso de abandonar sigue presente con los hijos que procreó). Generalmente es imposible poder pagar una guardería, menos de calidad. Si no tienen familiares, dejan a sus hijos creciendo solos, educados por la calle o por aparatos electrónicos. Luego se critica a esos padres por no prestarles atención, por no ir a reuniones escolares, cuando los trabajos no otorgan regularmente permisos para asuntos escolares. ¿Qué sucederá con esos niños? Es probable que la calle y la naturaleza los eduque, el narcotráfico puede reclutarlos, o mínimo ofrecerles entrar en el inframundo de la adicción. Y todo esto ocurre más de lo que quisiéramos.

 

Muchas empresas pasan penurias para pagar un salario digno a sus trabajadores, y salario digno, según los derechos humanos, es: Recibir UN SUELDO QUE ALCANCE PARA SATISFACER LAS NECESIDADES BÁSICAS, tales como TECHO, ALIMENTO, VESTIDO Y SALUD DE FAMILIA. Como decía, no es fácil para toda empresa pagar un sueldo que cumpla estos requisitos de dignidad mínima, aquí se evidencia que ni aun siendo empresario se es siquiera “clase media”, tampoco se está muy arriba, sigue siendo abajo. Pero desgraciadamente grandes corporativos sí pueden pagar con mano ancha estos salarios dignos, pero prefieren escatimar en ellos para generar más ganancia personal. Una que a veces ni en cien vidas agotarían.

 

A un sistema organizado para empobrecer y vulnerar incluso al más trabajador de esta manera beneficiando a un tercero no vulnerable, se le llama VIOLENCIA ESTRUCTURAL. Y no es cosa de fórmulas económicas, capitalismo o no capitalismo, es sólo uno de los hilos de violencia de sistema que vivimos en este tiempo y país, es probable que cada organización humana tenga los propios, así como inteligencia para contrarrestarlos. Y todo esto puesto sobre la mesa, no tiene intención de culpabilizar, más bien de ser conscientes de que si bien es cierto que hay violencia física, verbal, económica, psicológica, infantil, de género, racial, etc. también estamos ubicados dentro de una estructura de violencia mayor de la que ahora todos somos parte, que la violencia es una bola explosiva que siempre se dinamita con los más vulnerables. Ser conscientes es el inicio, porque si todos somos parte del problema, todos podemos ser parte de la solución.

 

 

Historias de paz en tiempos violentos: “Cambios modestos, grandes revoluciones. Terapia familiar crítica”.

He iniciado esta modesta sección, por creer que es importante ser conscientes de los pequeños y grandes esfuerzos que se hacen cotidianamente desde los espacios más humildes, por generar un mundo más pacífico. Desde la madre que, viviendo pobreza o violencia, hace un enorme esfuerzo que le lleva la vida, pero es capaz de mejorar la realidad de sus hijos, hasta las organizaciones vecinales que intentan espacios seguros, o los movimientos de pacificación en países en guerra, son parte de la resistencia a la violencia. La parte de esta historia que a veces se mira menos.

 

La psicoterapia en particular, acusada a veces de apaciguar al redil, es en cierta forma un espacio de transformación social, donde pequeños cambios generan realidades nuevas. El psicólogo que estudia y reconoce la sociedad en la que vive, sabe también articular la transformación individual hacia horizontes sociales más amplios, orienta a la persona para reconocer su geografía social, pero escombrar para encontrar las posibilidades de reconvertir esos discursos violentos que inmovilizan desde la infancia, e impactan en su ahora, que se observe sujeto parte de sí mismo y un todo, con posibilidades de elección y libertad, aun cuando el mundo parece apretado.

 

Para ampliar más esta idea, a mis colegas y lectores abiertos al conocimiento, les recomiendo el libro “Cambios modestos grandes revoluciones. Terapia familiar Crítica” de Raúl Medina Centeno, editorial Red Américas”.

 

Agradezco su atención y le invito a confiarnos sus historias.

Espera nuestros artículos.

Psic. Ant. Adriana Morfín.

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