DEL DÍA DEL PADRE Y LA LIBERACIÓN MASCULINA

 

En nuestro país la lucha por la liberación femenina ha sido objeto de mucha polémica, simplemente mencionar que una mujer quería ser libre era entendido (y aún ahora hay quien lo sigue entendiendo) como algo peligroso, la libertad sexual en la mujer se califica casi siempre como prostitución, el simple coqueteo abierto era visto como algo indebido que acreditaba al otro a proceder hasta donde quisiera, ya no digamos el simple vestir. También se entendió la búsqueda de la libertad en mujeres que eran madres como abandono y desnaturalización. Elegir luchar por la libertad de la mujer fue un camino lleno de escarnio y estigma social y en muchos sentidos aún lo sigue siendo.

En el sentido más simple y quizá menos contaminado de la liberación femenina, podemos comprenderla como el movimiento de mujeres que han tenido la capacidad de cuestionar los roles que la sociedad nos ha asignado, de preguntarse qué es lo que son o quieren ser y de emprender los caminos de libertad para poder decidir las cosas que cualquier ser humano adulto puede decidir por sí mismo, suelen ser mujeres que además tienen la valentía de asumir las responsabilidades  y retos que ello trae consigo.

Algunas mujeres no se han quedado buscando la libertad para sí mismas, sino que se han dado cuenta que es un camino que se puede hacer, y muchas veces es indispensable hacerse, en solidaridad con otras mujeres, porque las amenazas que están sobre la otra, fácilmente pueden estar sobre una, y creo que es, también,  por la propia capacidad solidaria y de trabajar en grupo que hemos adquirido a lo largo de este orden social. Esta es una lucha dura y compleja que muchas mujeres valientes desde las más notables y hasta las más humildes han librado y que nos han permitido vivir un momento mejor que el que ellas tuvieron, aún que el camino se vislumbra todavía largo.

Pero ¿Qué hay de la liberación masculina? Ellos, los entendidos masculinos ¿Son seres libres y privilegiados? Desde mi punto de vista, para los hombres la lucha por su libertad es más compleja por dos razones iniciales:

  1. Porque los supuestos privilegios que el hombre ha tenido hacen pensar que es un ser libre, que puede decidir, que puede ir, que puede hacer según su libertad y voluntad, que no está atado a nada.
  2. Porque entre los roles que se le asignan al hombre cabe poco la posibilidad de detenerse a cuestionarse sobre sí mismo como ser “masculino”, porque según la jaula de roles: “las mujeres nos fijamos en detalles, ellos son por naturaleza seres prácticos que no se detienen tanto en subjetividades de lo cotidiano”.

Poco se escucha que los hombres emprendan movimientos para cuestionar y desafiar sus ataduras. Y por ataduras “masculinas” entiendo tantas cosas, entre ellas: la prohibición a expresar más sentimientos que el enojo y la ira, se les prohíbe la ternura, la manifestación de dolor, hablar de sus dudas, del cansancio y del peso de su rol, cuestionar por qué les toca proveer en centavos y no el cuidado de los hijos,  por qué deben asumir el rol de conquistadores y es vergüenza ser conquistados, por qué la sociedad ve natural en ellos la violencia y la anima, por qué si son violentados ( más por mujeres) tienen mayor obligación al silencio y si hablan hay burla, por qué es su juguete el martillo o el coche y no una escoba o un juego de té, por qué una niña puede jugar con carritos pero hay más escándalo si un niño juega a abrazar y alimentar un muñeco, por qué ellos están más obligados a largas jornadas laborales poniendo la labor por encima de la vida, por qué la sociedad no descalifica que un padre esté lejos de sus hijos, pero no puede faltarles una madre, por qué algunos hombres no pueden verse al cuidado de sus propios hijos sin la presencia de una mujer. Y si seguimos, creo que haríamos una larga lista de cuestionamientos sobre las prohibiciones “invisibles” de ser y elegir que viven los hombres.

En un primer momento podemos pensar que los masculinos de este contexto suelen ser coptados y/o sobornados por los supuestos beneficios de su rol (de macho), que por ello no les preocupa o vislumbran algo más, pero a veces también pareciera que de alguna forma todos, en algún aspecto, estamos anestesiados ante los machismos, como si fuese una infección zombi pues parece que caminamos sin preguntarnos por qué ni para dónde.

Y cuando uno pierde la esperanza suceden cosas. En mi vida, tuve un don muy importante, el de tener un padre tierno que abrazaba y besaba a sus hijos, que jugaba con nosotros, que pacientemente escuchaba mis preguntas y mi mucho hablar, que me llevaba a su trabajo y platicaba conmigo de distintos temas de la vida. Pudo tener muchos defectos, pero un día me dijo que él quería que yo fuera libre como él, como cuando era joven y anduvo por aquí y por allá, y que con sus amigos se lanzó a la aventura de un viaje mochilero sin un peso en la bolsa. También tuve una madre que me pedía hacer las cosas por mí misma, que no esperara a que un hombre viniera a resolver y que se propuso que yo terminara la carrera que eligiera, y aun cuando ella venía de condiciones muy precarias, entre machismos y pobreza. También tuve ejemplos de mujeres y hombres que quedaron aplastados aceptando las depresiones de vivir atados a los supuestos de su cruz, hombres y mujeres que jamás enfrentaron ni cuestionaron “esas cruces”, y de otros tantos que desafiaron los límites de sus roles y circunstancias que fueron más allá de lo que su contexto les daba, que hasta sin saberlo abrieron y facilitaron el camino para muchos.

En ese sentido, puedo pensar que hay pequeños movimientos cotidianos por la libertad de ser quienes somos y ser respetados, por la libertad de soñar, por la libertad de emprender el viaje que cada quien decida, que la libertad es un don y una responsabilidad a la que todos tenemos derecho, pero que no se obtiene con sólo desearla, que hay que emprenderla con todos los retos, tal como otros hicieron.

Aprovechando la libertad de expresar emociones, en este mes del padre quisiera hacer de este texto una ofrenda especial por la libertad masculina, por el derecho a la ternura, por el derecho a decidirse por el cuidado de los hijos (si lo quieren), por el derecho a sentir, por el derecho a elegir sus roles, por el derecho a hablar, por el derecho al amor por sobre la violencia, por el derecho a ser la persona que son  y no la impuesta. Y quiero agradecer también a los hombres y mujeres que nos han maternado y “paternado” que con su ejemplo, respeto y obsequios de vida han dado a mí y a otros la posibilidad de la consciencia, de no sólo poder existir, sino de poder ser cada vez más uno mismo y elegir nuestros caminos…

Y no puedo terminar sin decir que en la vida de un hijo, la ternura y cuidado de una madre es un don especial de la vida, pero del mismo valor incalculable es la experiencia de la ternura y el cuidado de un padre.

 

PSIC. ANT. ADRIANA MORFÍN

CONTACTO: libegalicia@hotmail.com  o contacto@vidaypsicologia.mx

 

 

 

 

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