Una de las relaciones íntimas más fuertes, es la que ocurre entre madres e hijos. Las mismas condiciones biológicas implican una dependencia inicial entre la nueva vida y quien la gesta.
Sin embargo, y muy a pesar de lo asombroso que puede ser el momento del embarazo y el alumbramiento, no son necesariamente los que convierten a una mujer en madre. La protección, el cuidado, el apoyo, la responsabilidad en el crecimiento de esa nueva vida hasta lograr su independencia es lo que se denomina maternaje, es lo que define a una madre. Personalmente, no suelo usar la palabra maternaje porque puede hacer pensar que sólo una mujer (madre) puede maternar, y para ser inclusivos y justos, podemos decir más bien que quien asume las actividades de crianza y protección del nuevo ser puede llamarse madre y/o padre.
No siempre quien ha dado la vida cumple o puede cumplir estas funciones maternales, pero en la vida podemos encontrar parientes (abuelas, abuelos, tíos), e incluso personas sin un laso de sangre que se dedican a proteger, cuidar y acompañar el crecimiento de los niños, esas personas “nos maternan”, nos pueden aportar para satisfacer las distintas necesidades que tiene un ser humano en crecimiento.
Velar, cuidar, alimentar, atender, involucrarse en el crecimiento son actividades que pueden considerarse en sí mismas muestras de amor, el tipo de amor que hace posible que los seres humanos estemos aquí, el tipo de amor que implica un autosacrificio constante en pro de esa nueva vida. Es en un inicio lo indispensable, pero el amor puede ser algo todavía más complejo.
No todos los padres y madres llegan a un alumbramiento listos para amar, pues su propia historia, lo amados que han sido, o el amor que han podido encontrar en sí mismos, es lo que posibilita el amor a los hijos. Y no todos los papás tienen una historia donde han sido amados o puedan reconocer y asumir sus capacidades de amar. Por ello los hijos en sus necesidades nos reflejan constantemente nuestra realidad emocional y personal. El involucramiento profundo que implica maternar cuestiona nuestro ser entero.
Quien pueda ser valiente para reconocer los distintos sentimientos e intereses que tiene para con sus hijos, quien puede ver a los hijos en sus propias formas y libre de sus fantasmas pasados, quien sepa que todos los seres humanos tenemos una capacidad única de amar que podemos descubrir, tiene más posibilidades de llegar a amarlos, pues lo hace desde la claridad del reconocimiento de la imperfección, del momento y de sus propios recursos.
Sobre la marcha, un paso a la vez, vamos descubriendo cómo se expresa el amor a los hijos. No se puede decir que se ama a los hijos y al mismo tiempo se es indiferente a sus necesidades vitales de alimento y protección, pero cada padre lo hace desde sus recursos personales únicos. Ninguna madre, ningún amor será perfecto, pero tal vez la forma perfecta de amar a un hijo y ser madre es precisamente dar lo mejor que hay en uno por esta tarea donde siempre hay nuevos retos.
En mi trabajo terapéutico he notado algunas falsas expectativas sobre lo que significa el “amor de madre”, que imposibilitan el rol materno, y algunas veces causan confusiones que pueden generar problemas más graves como la depresión, la depresión post-parto y “pre-parto” y el síndrome bournet, entre otros. Algunos de ellos son:
- Que una madre no abandona, nunca “deja a sus hijos”, que es capaz de negarse a sí misma (abnegación) haciendo todo por ellos.
Las madres son seres humanos y simplemente es imposible que “estén siempre con el hijo” no pueden ser omnipresentes y ni siquiera sería saludable. Los mismos hijos necesitan espacio para crecer y descubrir lo que pueden hacer por sí mismos. Y las madres, para hacer un mejor trabajo, necesitan espacios personales y de descanso que los hijos pueden respetar o aprender a hacerlo. Esto también ayuda a los hijos a reconocer a su madre como un ser humano. Sirve a las mamás también reconocer sus propios límites y solicitar apoyo y ayuda cuando es necesario y eso no la hace menos madre, sólo humana y responsable.
- Desde el primer momento que se sabe de la existencia de un hijo o se le ve por primera vez, nace el amor por ese recién nacido.
Las circunstancias complejas de un embarazo, las hormonas, el shock de la noticia, la depresión post-parto y pre-parto, nuestra historia personal, son sólo algunas de las situaciones que influyen en la manera que sentimos ese nacimiento o su espera. No es cierto que en las madres haya un interruptor del amor que se enciende a penas se conoce a ese nuevo ser. En algunas puede ocurrir, pero no en todas es así. Y es importante tener la mente abierta en este sentido, pues los comentarios prejuiciosos, o la simple expectativa de algo que no sucede, puede hacer sentir culpables y depresivas a las madres que no lo experimentan. La maternidad es un rol que se puede digerir muy lento.
- Las madres quieren a sus hijos por igual.
Aunque mucho se diga, esto es algo que simplemente no puede ser. Cada hijo tiene su propia identidad, tiene un propio momento en la historia de una familia, y sólo estos dos hechos hacen que se le ame de una manera muy específica. El amor, en este caso, no se trata tanto de cantidad, “de querer más o querer menos”, sino de querer diferente. El amor maternal o paternal se mostrará en qué tanto hacemos por fortalecer y lograr la autosuficiencia de los hijos. Lo importante en este punto es la valentía para ser conscientes de nuestra manera de amar y hacer por los hijos y elegir lo que sea más justo para su crecimiento.
- Las madres dan ternura… los padres protección…, las madres nunca se alejan, los padres pueden hacerlo.
Algunas personas en verdad creen que algunas capacidades como la ternura o ese gran sentimiento de responsabilidad y permanencia con un hijo son propios de las mujeres, este hecho deja a las mujeres en posiciones muy difíciles y castra a los hombres de sus posibilidades de expresar su afecto en los términos que deseen. La tarea de cuidar a un hijo es de las más arduas y muchas madres pueden experimentar ganas de renunciar, de descanso de alejamiento, esto no las hace menos ni malas madres. Es un sentimiento humano que prácticamente cualquiera que realice una actividad tan extenuante puede experimentar. Y es sano para las madres tener grupos de amistades o profesionales donde puedan expresar su cansancio y la dificultad de la tarea, pues simplemente la crianza es la actividad humana de mayor calado, que más energía y atención solicita. Creer que la mujer debe sentir (por naturaleza) mayor responsabilidad deja a muchas mujeres en dificultades a la hora de negociar actividades con el padre de los hijos. Por eso es importante saber que las necesidades de ternura, cuidado, protección, alimentación, manutención, atención, afecto pueden ser satisfechas por hombres y mujeres y por todo ser humano adulto que lo desea, compartirlas simplifica la tarea. Lo importante a final de cuenta es poder reconocer las necesidades básicas de esa nueva vida y aplicarse en conjunto o en lo individual para hacerlo.
En nuestra cultura y en casi todas, siempre encontrarás ideas históricas que pretenden decirnos lo que es bueno y lo que es malo, lo que es ser madre y lo que no, lo que es el amor de madre y lo que no lo es y muchos más preceptos. Estas ideas pueden ser una guía, pero también pueden contener muchos errores de su tiempo. Por ello es importante que definas tu maternidad desde ti misma y afrontes los retos que esta tarea trae sobre tí y tu identidad. Existen algunos principios que la propia Psicología considera como definiciones de paternidad y maternidad, también son sólo una guía. Hablar y compartir sobre esta experiencia con amigas y personas que te aprecien es esencial para facilitarla.
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